viernes, 29 de mayo de 2015

El psicoanálisis no es una terapia, es un espacio para alojar el dolor.

¿Qué es el psicoanálisis?

Para responder a la pregunta empezaré diciendo lo que no es. En este sentido, el psicoanálisis no es una corriente de la psicología, aunque las universidades se empeñen en enseñarnos que sí.
El psicoanálisis tampoco es una terapia, es una clínica. Es una práctica que produjo un saber sobre la clínica. Y lo digo de esta manera pues estamos habituados a pensar que decir “clínica” implica atender pacientes. Una cosa es “ver pacientes” y otra es hacer clínica. Entonces, la clínica no es la experiencia de atender pacientes y tampoco es la acumulación de experiencia. En griego, la palabra Kliniké era el nombre que se le daba a la práctica médica junto a la cama (kliné) del enfermo. Era la posibilidad de escuchar y atender al enfermo en su cama.

¿Qué es lo que el psicoanálisis trajo como novedoso y la medicina no alcanzó a escuchar?

¿Por qué el analista no diagnostica?

¿Por qué sus únicas herramientas son la palabra del paciente y la escucha del analista?

El psicoanálisis es una clínica a partir de la experiencia generada únicamente por el método freudiano: la asociación libre por el cual una formación del inconsciente (Icc), cualquiera que sea, un sueño, un acto fallido, un olvido, un chiste, un síntoma, puede ser abierto, interpretado y adquiere algún sentido. Freud le propone a su paciente: diga lo que se le ocurra en relación a eso. Y en lugar de darle un contenido que se toma por ejemplo en “El libro de los sueños”, en donde una cosa significa otra, Freud le propone al paciente que diga lo que se le ocurra a partir de eso que soñó, o a partir de eso que enfermó. Entonces, la asociación llamada libre es una propuesta libertaria para alguien que a lo mejor durante su vida tuvo la palabra amordazada, como le suele ocurrir al neurótico.

La lengua nos permite pensar y actuar fuera de los espacios cerrados de las ideologías políticas o de los gobiernos despóticos. La palabra actual del mundo hispano es democrática o no es.  Sin lenguaje no hay progreso, progreso en un sentido profundo, el progreso socializante del quehacer humano, el  progreso solidario del simple hecho de estar en el mundo y de saber que no estamos solos, sino acompañados.



La lengua no es biología: se aprende; es educación. Carlos Fuentes nos dice: “El castellano nos comunica, nos recuerda, nos rememora, nos obliga a transmitir los desafíos que el aislamiento sofocaría: en su lengua maya o quechua, el indio de hoy puede guardar la intimidad de su ser y la colectividad de su intimidad, pero necesitará la lengua española para combatir la injusticia, humanizar las leyes y compartir la esperanza con el mundo mestizo y criollo”.


Hablar alivia, y que un analista escuche ayuda; sin embargo esto no alcanza. Si bien hablar es terapéutico, eso no permite un cambio de posición respecto a la vida, sólo aligera la carga. Hay que aprender a escuchar, y eso es lo que Freud nos enseñó: escuchar el dolor del otro en su justa dimensión, nos enseñó a ser dignos lectores del texto que el paciente escribe mientras habla pues palabra vence la ausencia de nuestro pasado para crear la presencia de nuestra historia.


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